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Sabores de Córdoba

Miel sierra de Montoro

Por Alejandro Ibáñezarqueogastrónomo.

Esa Ley de la Arqueogastronomía, que aún está por redactar en todos sus capítulos nos lleva, una vez más, a un municipio de nuestra provincia, Montoro, donde Lorenzo Ruiz Prieto y su inseparable Josefa cosechan desde hace años sus mieles con las que han obtenido numerosos galardones. Allí te informarán acerca de su trazabilidad, en qué punto de la sierra han recolectado cada gramo de la miel que con tanto mimo envasan y, de muchas cosas más.


La miel es un alimento completo, tanto que, aunque seguramente sería un poco aburrido existiendo tantos productos agroalimentarios con los que deleitarnos, el hombre podría alimentarse sólo de ella. En definitiva, un alimento llevado a la perfección por sus múltiples propiedades, tanto nutricionales como medicinales y que ya el hombre prehistórico comenzó a vislumbrar, como se deduce de las pinturas rupestres halladas en la Cueva de la Araña (Bicorp, Valencia), fechadas en torno al año 7.000 a. C., donde se representa a una persona enganchado a una liana y rodeados de abejas recolectando miel. 


Las distintas civilizaciones que conforman nuestra Historia también fueron conscientes de los múltiples beneficios de la miel. Según los egipcios faraónicos provenía de las lágrimas del dios Ra y la miel formaba parte de todas sus vidas, la terrestre y la otra, por lo que todo egipcio que se preciara se hacía enterrar, previamente embalsamado con miel, con todas sus pertenencias más valiosas, entre las que no podía faltar un tarro de miel, el alimento del alma de los difuntos que, un día, esperaban con ello regresar a la vida terrenal donde la seguirían utilizando para cocinar, conservar alimentos, fabricar cosméticos y remedios médicos eficaces contra las llagas, cataratas, quemaduras y todo tipo de heridas, incluso las hemorroides (cuidado, aquí sólo de uso externo).

Los griegos no sólo consideraron la miel como el alimento de los dioses de Olimpo, también el suyo propio, con el que se facilitaba el camino hacia la espiritualidad profunda. En el siglo V a. C. Hipócrates, considerado uno de los padres de la Medicina, la llevaba en su maletín de entonces como “remedio para todo” y, más que nada, la administraba para alargar la vida. Y dio ejemplo de su utilidad, según las fuentes vivió hasta los 107 años. Y también la muerte, o lo queda de ella, cuando Alejandro Magno, que le pilló en medio de ninguna parte, en Babilonia, fue conservado en miel para su traslado a su morada definitiva.

Los romanos, aquellos imitadores de todo lo bueno de la cultura griega, también utilizaron la miel para alargar la vida terrena y cuando el emperador Augusto le preguntó a Cayo Asinio Polión sobre la causa de su aspecto tan jovial, teniendo en cuenta que ya había cumplido cien años, este le contestó: “aceite por fuera y miel por dentro”. Desde entonces se incluyó en la dieta cotidiana de los legionarios y luego trascendió a la vida civil tanto que, según parece, el origen de la llamada “luna de miel” también es una costumbre romana, que consistía en que la madre de la novia dejaba en la alcoba nupcial un buen tarro de miel, para ayudar en la recuperación energética.

De la utilización de la miel en la Edad Media ya hablaremos otro día, incluida la herencia de la cocina “a la miel” que nos han legado, lo mismo que de las múltiples bebidas alcohólicas a base de este preciado manjar.