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Sabores de Córdoba

Ana Ortiz, cuando el alma vibra ante la realidad

Por Ramón Montes.

Al deambular por la amplia producción artística cordobesa contemporánea, no dejamos de asombrarnos por la variada e interesante pintura que nuestros creadores nos vienen ofreciendo. En ella, vamos apreciando la riqueza, no sólo de registros y personales maneras de representar, sino peculiares formas de pensamiento, interpretación y estética. Y como modelo de una peculiaridad artística muy personal la encontramos en las pinturas de Ana Ortiz Trenado, nacida en el cordobés pueblo de Fuente Obejuna en 1959.

Se diplomó en la especialidad de Lengua Española e Idiomas Modernos, así como técnico especialista en Jardín de Infancia. Su vida profesional la ha dedicado a la docencia como profesora de Educación Infantil y Primaria, proyectando su interés y preocupación docente en otras dedicaciones vinculadas al mundo educativo. En éste ámbito ha pertenecido al Consejo de Redacción de la Revista de Renovación e Innovación Educativa Albucasis, y asidua colaboradora de publicaciones educativas, literarias y culturales como Enseñar, Sierra Albarrana, Airiños, Fons Mellaria o Ánfora Nova.

Sus pinturas han podido admirarse en exposiciones individuales, como es el caso de: Las luces y las sombras (exposición itinerante por numerosos pueblos de la provincia de Córdoba, así como en la Sala Arpillera de la Diputación de Córdoba, desde 2013 a 2015, Diputación Provincial de Córdoba, Delegación de Cultura); y Materia anímica (2019, Diputación Provincial de Córdoba).

De igual forma ha participado en exposiciones colectivas como: Muestra de pintores y dibujantes (1995, Ayuntamiento de Fuente Obejuna –Córdoba-), Aulas abiertas (1998, Diputación Provincial de Córdoba), Premios Maestro Mateo de Pintura (2011, Sala de Exposiciones de Cajasur, Córdoba), Premios Ciudad de Melilla (2013, Sala de Exposiciones, Melilla), entre otras. Dentro de su trayectoria artística ha sido finalista de los premios de pintura “Maestro Mateo”, Córdoba, 2011; “Ciudad de Melilla”, 2013; y “Ciudad de Carmona”, 2014.

En su proyección artística, es obligado recordar su labor como ilustradora; tanto a nivel individual, como es el caso de Ángeles de colores (Everest, 2006), Fuente Obejuna para todos (Diputación de Córdoba, 2013) y Códice andalusí (Ayuntamiento de Priego de Córdoba, 2014); como en colaboraciones colectivas, en Crátera, Antología de poetas y pintores cordobeses (Diputación de Córdoba, 1990), Homenaje a Antonio Povedano (Ayuntamiento de Priego de Córdoba, 1997), Hojas sueltas (Col. Arca del Ateneo, 1997), Poesía en Fuente Obejuna (Ayuntamiento de Fuente Obejuna –Córdoba-, 2008), Las luces del viento: Veinte poetas contemporáneos en la estela de Góngora (Ánfora Nova, Rute –Córdoba-, 2011), Motivos personales (Endymion –Madrid-, 2014), y La tierra prometida (Círculo Polar –Granada-, 2014, entre otros.

En la técnica y estética de su obra se aprecian sombras inspiradoras de grandes y admirados maestros clásicos, como Velázquez, Zurbarán y Ribera, que van desde la configuración formal y cromática hasta el apego al realismo. Si bien, como espíritu abierto y sensible muestra su admiración y hasta cierta impronta por el impresionismo y el lumismo.

En el ámbito coetáneo de la pintura, se aprecian ciertas influencias de Antonio López en el estatismo de la realidad, y del ruso Costa Dvrezky en el tratamiento de los fondos y la sensación de levitación. Sin embargo, Ana Ortiz, como mujer inmersa profesionalmente en la educación, no sólo sabe enseñar, sino también de manera muy apreciable en su pintura, aprender.

Artista sensible tanto en lo racional como en lo emocional, se aprecia en su obra la cuidada atención a los aspectos técnicos que observa en los que para ella son maestros y cuyas obras suponen una referencia a tener en cuenta. Ya en un ámbito más cercano, tanto en el tiempo como en el espacio, son dos los pintores con trayectoria en nuestra ciudad que son considerados por Ana Ortiz como sus maestros.

Por un lado la cordobesa Julia Hidalgo, pintora cuyo dominio técnico del color y la mancha construye todo un mundo de profunda empatía en todos los ámbitos temáticos que trata; por otro Desiderio Delgado, nacido en Puente Genil, en cuya obra aplica la mesura y el equilibrio con los que se configura la estética de la belleza, junto a un fluido diálogo con las masas cromáticas y los encuadres de la naturaleza representada.

Sus bodegones transitan entre el sutil realismo barroco a la contundente sonoridad cromática contemporánea en sus diversos registros y gestos pictóricos. No en vano es una pintora en la que se conjuga la sensibilidad y sutil apreciación de la estética de la realidad con la versatilidad que en la pintura ofrecen las técnicas aplicadas para emocionar al espectador.

Mira al bodegón a través de una nebulosa generada en un ensueño, produciendo obras donde están presentes los elementos realistas de la fruta pero dotados de un halo onírico que les dota de una marcada sensación de irrealidad.

Su camino estético oscila entre la proximidad a la realidad hasta la plenitud formal de los elementos representados a los que dota de una grandiosidad que nos empequeñece y nos atrae, todo ello dentro de una sutileza y ternura que inunda al espectador de sensaciones que le aproximan más intensamente a la realidad figurada.

Cuando selecciona los elementos a representar, los enmarca fragmentando la imagen global para optar por una parte, un punto de vista, y hasta el entorno espacial que contribuya a adentrarnos en la propia naturaleza de los objetos, generando un diálogo visual y emocional más intenso y seductor.

Entre sus obras dedicadas al tema del bodegón, en las que destacan las frutas, aparecen diferentes formas de construcción pictórica. A modo de ejemplo tenemos Fermentación, 2014, en la que un racimo de uvas tintas, definido con estética clásica, levita en un espacio de factura más moderna mediante manchas de fuertes contrastes geometrizados.

De un año más tarde, Tántalo, 2015, le permite recuperar una técnica más clásica, aunque empleando un encuadre en el que la parte inferior del racimo de uvas tintas aparece pendiendo en el espacio, junto a un pámpano de vid. Este procedimiento le permite articular un fondo escenográfico novedoso en el que evoluciona desde lo clásico hacia elementos formales más contemporáneos y abstractos; lo que genera un contraste que contribuye a dirigir la visión hacia la fruta.

En el mismo año realiza Luz en lo oscuro, seleccionando racimos de uvas tintas y blancas a las que se aproxima y amplía, utilizándola sutileza clásica de las luces y las sombras, potenciándolas con veladuras; la sensibilidad empleada genera en el espectador un especial rapto emocional hacia la realidad representada.

Ya con un estilo más evolucionado, crea Púrpura y ébano, 2018, una composición en la que centra, tanto el título como sensación visual en los colores predominantes: el carmesí purpúreo empleado en las tres peras que centran la composición y el negro ébano que predomina y contrasta en el fondo; en esta obra se aleja del realismo empleado anteriormente, empleando pinceladas más cezanianas junto a las manchas emborronadas del fondo y las veladuras y transparencias del paño que pende de la tabla o repisa.

En el mismo año compone Firmamento, una síntesis de realismo, fantasía y evocación, en el que empleando como elemento central unos racimos de uvas, tratados de manera clásica, los sitúa en una sugerente e imaginativa bóveda celeste a manera de astros. Finalmente, de 2019, son sus obras Grial y Crisol, ambas representativas de evolucionada técnica en la que se aprecian pinceladas cezanianas, junto a veladuras, texturas y potente colorido; todo para resaltar la presencia de las frutas y los objetos que las contienen o acompañan, como el grial y crisol.

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